Hamid paseaba aquella soleada mañana primaveral por su tranquilo pueblo de las Alpujarras, cuando a los pies de un olivo un objeto brillante llamó su atención. Se agachó curioso y descubrió semienterrada una lámpara mágica. Sin dudarlo la frotó, ansioso por conocer al maravilloso genio que habitaba en su interior... ¿qué le pediría? ¿mujeres? ¿riquezas? ¿poder?
-¡Salud, amo! Soy el genio de la lámpara, llevo 3.998 años atrapado, y te concedo 3 deseos en agradecimiento por devolverme la libertad.
- Deseo... deseo... deseo... deseo pensarme bien lo que deseo...
- ¡Deseo concedido! Disponeis de todo el tiempo del mundo para dedicarlo a reflexionar sobre vuestros deseos, para ello os concedo la paciencia. Le restan 2, mi señor.
- Pues deseo... mmm... quisiera saber qué desear...
- A sus órdenes, mi libertador, os daré lucidez para aclarar vuestras ideas y que así puedan guiaros por los senderos más correctos. Os concedo la sabiduría. ¿En qué más podría complacerle?
- ¡Ya sé! Deseo conocer los entresijos de la capacidad del raciocinio, saber poner en marcha los complicados mecanismos que mueven el engranaje de la mente para dominar la deducción y comprensión humana y así poder concentrar mi fantástico poder en iluminar al resto de la humanidad con las soluciones a los complejos porqués del mundo en el que nos ha tocado vivir.
Y entonces, el genio, que ya le había concedido a Hamid los dones de la paciencia y la sabiduría, pensó que sería más fácil regresar a su lámpara y esperar tranquilamente durante otros 4.000 años a su próximo libertador.
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