miércoles, 31 de marzo de 2010

Hamid y el Genio

Hamid paseaba aquella soleada mañana primaveral por su tranquilo pueblo de las Alpujarras, cuando a los pies de un olivo un objeto brillante llamó su atención. Se agachó curioso y descubrió semienterrada una lámpara mágica. Sin dudarlo la frotó, ansioso por conocer al maravilloso genio que habitaba en su interior... ¿qué le pediría? ¿mujeres? ¿riquezas? ¿poder?


-¡Salud, amo! Soy el genio de la lámpara, llevo 3.998 años atrapado, y te concedo 3 deseos en agradecimiento por devolverme la libertad.


- Deseo... deseo... deseo... deseo pensarme bien lo que deseo...


- ¡Deseo concedido! Disponeis de todo el tiempo del mundo para dedicarlo a reflexionar sobre vuestros deseos, para ello os concedo la paciencia. Le restan 2, mi señor.


- Pues deseo... mmm... quisiera saber qué desear...


- A sus órdenes, mi libertador, os daré lucidez para aclarar vuestras ideas y que así puedan guiaros por los senderos más correctos. Os concedo la sabiduría. ¿En qué más podría complacerle?


- ¡Ya sé! Deseo conocer los entresijos de la capacidad del raciocinio, saber poner en marcha los complicados mecanismos que mueven el engranaje de la mente para dominar la deducción y comprensión humana y así poder concentrar mi fantástico poder en iluminar al resto de la humanidad con las soluciones a los complejos porqués del mundo en el que nos ha tocado vivir.
Y entonces, el genio, que ya le había concedido a Hamid los dones de la paciencia y la sabiduría, pensó que sería más fácil regresar a su lámpara y esperar tranquilamente durante otros 4.000 años a su próximo libertador.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Walk on the wild side

Había una vez una princesa encerrada en la torre de un castillo de un lejano reino, donde pasaba los días esperando a que un joven y apuesto príncipe viniese a rescatarla, al galope de su fantástico corcel tordo, melena rubia ondeando al viento, y brillo del sol reflejado en su coraza.


Una mañana, se levantó, se puso el mp3, bajó las escaleras, atravesó el jardín, cruzó el puente del foso de los cocodrilos, y se marchó escuchando Lou Reed.


Y fue feliz, aunque no comió perdiz porque era vegetariana.

lunes, 22 de marzo de 2010

Esmeralda



Estaba desencantada.




Hacía tiempo que el mundo perdía sus colores, que se diluían en la incesante lluvia que día tras día no paraba de azotar el cristal de su ventana.




El gris era un color tan... tan sin color...




Desde que abría los ojos sólamente veía el color gris, expandiéndose, extendiéndose a todo lo que alcanzaba su pequeño paraíso, dejando en blanco y negro su jardín del Edén particular donde tanto añoraba jugar. Echaba de menos sentir el verde de la hierba fresca al saltar, oler el rojo de los rosales, aguantar el equilibrio entre el blanco de las flores de los almendros, e incluso añoraba huir del azul del agua que tanto miedo le daba. El maldito gris se había adueñado de todo... le había robado la alegría de descubrir la pureza en cada color de su mundo, haciendo de él un lugar monótono, sin contrastes, lleno de tanto gris triste que se le encogía el corazón de la pena.




Y entonces, aquel día, casi sin darse cuenta, mientras saltaba del capó al techo del coche con desgana para pasar el rato, un brillo ahí en el cristal llamó su atención. Se acercó muy despacio pero sin temor, curiosa como era, y allí, en el parabrisas, justo enfrente de ella alcanzó a vislumbrar un leve destello verdoso mirándola desde el reflejo, al principio suave, más intenso cuanto más se cercioraba de que era realmente un color entre el gris. Eran unos enormes, inquietos e inteligentes ojos esmeralda de gata intrépida los que acababan de romper la desazón de su mundo gris.




Y allí, asombrada por lo que acababa de descubrir, se quedó bloqueada buscándole sentido a su fascinante visión. Durante tres días y tres noches no fue capaz de conciliar el sueño, no pudo comer, y ni siquiera se acercaba a buscar las carantoñas melosas con que la solían recompensar por su fidelidad y su caracter noble. Tres días y tres noches sin poder apartar de su cabeza esa imagen, sin encontrarle sentido, preguntándose el porqué de tan turbadora visión. ¿Sería un mensaje que tenía que descifrar? ¿Una extraña providencia con la que ella tendría algo que ver?




Al fin, acabando la tercera noche, buscando iluminación en las estrellas, una fugaz idea le cruzó la mente como un destello... ¿podría ser...?




Se concentró, y dedicó todo su esfuerzo a dar forma a aquella explicación que le parecía cada vez menos descabellada cuanta más forma tomaba, mientras esperaba que el alba le diese la razón. Y como todo llega, efectivamente, al amanecer, los primeros rayos de luz bañaron su cielo poco a poco de morados, para ir convirtiéndose después en naranjas y rosas, antes de transformarse en un limpio celeste que hacía brillar el verde de su hierba, el rojo de sus rosas, el blanco de sus almendros y el azul de su agua.




Y así fue como aprendió una importante lección: a no dejarse vencer ante el gris, aunque a veces parezca que lo inunda todo, que domina cada universo personal, porque el color del mundo está en los ojos de quien lo mira.

Carta de presentación


Mujer joven, sana, deportista, buen humor, sociable, inquieta y curiosa se ofrece para debatir sobre cine, fotografías de Chema Madoz, músicas del mundo, novelas de aventuras, intercambiar recetas de cocina y degustar helados de yogurt a cambio de un abrazo y tres palabras bonitas.